sábado, 4 de abril de 2015

Three


Eres como un perro callejero que deambula inventando cada ladrido con el fin de poder comunicarse con los verdaderos perros. 
Car


Taciturno


Con un bloqueo mental me encuentro sentada en el asiento de un asqueroso bus, adornado con pintadas por las paredes, asientos destrozados y ventadas arañadas. A pesar de ser conducido por un conductor fuera de sí y con pintas de chiflado, marcha evitando cada bache y circulando de forma regulada. Aunque lo único que aparenta es el peligro todo está bajo control, me mantengo segura bajo, aún así al tomar cada curva sea con una velocidad excesiva, me mantengo segura bajo este descuidado techo.
En cada parada, puertas abriéndose y cerrándose por las cuales unos individuos toman la decisión de bajar a la vez que otros suben, dejando de ser pasajeros de línea mientras otros los sustituyen. Al mismo tiempo que las puertas cumplen esta función, voy pasando las páginas leídas de este libro que porto conmigo misma todos los días sin localizar su fin. Dentro de este libro, compuesto por tantas delicadas páginas las cuales contienen palabras tan creíbles siendo realmente todo lo contrario, engaño. Pero no puedo culpar al autor por escribir con esa veracidad haciendo creer a la lectora todas las astucias.
Esto me recuerda a sus mismas palabras inciertas entrelazándose con su clara mirada pero me equivoqué.
Al fin y al cabo estoy a punto de terminar con  este fallido capítulo y antes de empezar con el siguiente, me tomaré una pausa para cambiar de línea. 
Car.

LULLABY





Entre las penumbras de aquella oscura noche, su cerebro resplandecía iluminando con una luz apagada cada rincón de su solitaria y vacía habitación. Cada destello que sobresalía de ese cerebro era una idea sin apenas futuro.
Mientras tanto ella se regocijaba de dolor en su cama helada, deshaciendo cada arruga de las sábanas al mismo tiempo que iba creando otras similares. Además dejaba entre estas sábanas conocidos sollozos saturados de espanto emitidos en un total silencio de aquella hueca habitación.
Al mismo tiempo que sus pies eran acompañados por el son del compás del tic tac del despejado reloj, sin agujas excepto la del segundero loco, ella acariciaba delicadamente sus cicatrices con las huellas de sus dedos donde algunas que otra marca se camuflaban entre ellos.
A pesar de parecer estar en calma, aun así, su esquelético cuerpo continuaba sintiendo una tras otra las punzadas que iba transmitiendo cada latido de su corazón, el cual bombeaba toda sangre posible de color negra trasladada por esas venas remarcadas en su piel tatuada en blanco y negro, sin ningún tipo de color.
Sin más, sus pulsaciones iban variando como el sonido de agudo a grave que repercute entre las cuerdas de una acústica, una por una en cada acorde de su melancólica canción de cuna escuchada mientras sus rojos ojos se cerraban lentamente.


Al fin y al cabo su partida de cartas terminó dejándola como la perdedora siendo realmente la gran ganadora de su propio juego cuyo juego se convierte en su rutina nocturna hasta que el sol de cada mañana la despierta con rayos lúgubres.
Car.