Mientras tanto ella se regocijaba
de dolor en su cama helada, deshaciendo cada arruga de las sábanas al mismo
tiempo que iba creando otras similares. Además dejaba entre estas sábanas
conocidos sollozos saturados de espanto emitidos en un total
silencio de aquella hueca habitación.
Al mismo tiempo que sus pies eran
acompañados por el son del compás del tic tac del despejado reloj, sin agujas
excepto la del segundero loco, ella acariciaba delicadamente sus cicatrices con
las huellas de sus dedos donde algunas que otra marca se camuflaban entre
ellos.
A pesar de parecer estar en
calma, aun así, su esquelético cuerpo continuaba
sintiendo una tras otra las punzadas que iba transmitiendo cada latido de su
corazón, el cual bombeaba toda sangre posible de color negra trasladada por
esas venas remarcadas en su piel tatuada en blanco y negro, sin ningún tipo de
color.
Sin más, sus pulsaciones
iban variando como el sonido de agudo a grave que repercute entre las cuerdas
de una acústica, una por una en cada acorde de su melancólica canción de cuna
escuchada mientras sus rojos ojos se cerraban lentamente.
Al fin y al cabo su partida
de cartas terminó dejándola como la perdedora siendo realmente la gran ganadora
de su propio juego cuyo juego se convierte en su rutina nocturna hasta que el
sol de cada mañana la despierta con rayos lúgubres.
Car.
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